lunes, 1 de agosto de 2011

EL ENEMIGO DEL PUEBLO

    “El enemigo del pueblo” es el título de una obra teatral del dramaturgo noruego Ibsen, que puede ser que muchos de ustedes conozcan. En ella, el médico de un pequeño pueblo que vive de un balneario, descubre que la gente que lo visita enferma y corrobora, a través de unos análisis, que les aguas del balneario están contaminadas. Asustado por su descubrimiento informa a las autoridades con la intención de que procedan de inmediato al cierre de la instalación, a fin de evitar que enferme más gente. Para sorpresa de este honrado profesional, las autoridades y los prohombres del pueblo le recomiendan que “mire hacia otro lado por el bien de todos”; es decir, que olvide su descubrimiento, ya que el balneario es la principal fuente de ingresos del pueblo y el hacerlo público redundaría, inevitablemente, en el nivel e vida de sus habitantes. El médico, que no puede creerse lo que le proponen, acude a otras instituciones de la localidad obteniendo respuestas de similar talante que son, en definitiva, secundadas por la gran mayoría de los habitantes del pueblo.

    El argumento de la obra gira alrededor del conflicto entre la conciencia profesional y humana del médico, que lo empuja a cumplir con su obligación de hacer pública la causa que provoca el mal y la presión de la mayoría para que lo silencie, teniendo en cuenta que esta presión acaba manifestándose, hasta de forma violenta, incluso contra la familia del doctor.

    Me he permitido hablar de este ejemplo literario para explicitar la situación que padezco en estos  momentos como profesional y como persona, ya que he encontrado en ella una ilustración que me parecía adecuada.

    Mi actividad profesional no se desarrolla en el campo de la sanidad, sino en el de la educación, soy, en estos momentos, maestro en una escuela de adultos. Las escuelas de adultos son centros, donde la población mayor de 18 años, puede completar o continuar su formación en campos muy diversos.

    Este tipo de centros tienen características no muy diferentes de las de cualquier otro centro educativo, pero si tiene unas características que los hacen “políticamente” peculiares. Sí, han leído ustedes bien, he dicho “políticamente”. Toda actividad que implica servicios a la comunidad tiene una significación política y es susceptible de una manipulación en ese sentido –como lo era la actividad del médico del balneario de Ibsen - ; las escuelas de adultos lo son especialmente. ¿Y por qué?, se preguntarán ustedes, pues bien, la respuesta, al igual que en tantos otros aspectos de la vida social, la encontrarán en la cantidad de votos que de su proyección pública se pueden derivar. Así como la atención a la tercera edad, desde la organización de una excursión subvencionada, hasta el trato de favor a una asociación de jubilados, no tiene, únicamente, un sentido altruista, sino que detrás de estas actuaciones hay la intención de conseguir la inclinación de este colectivo  – y por tanto su voto en un proceso electoral – las políticas educativas también lo tienen. Especialmente aquellas que se desarrollan en las escuelas de adultos sobre otras instituciones educativas, ya que en las escuelas de adultos, lo que se hace (o se deja de hacer) incide directamente sobre el votante, encontrándose en ellas una muestra de casi todos los grupos de edad del electorado. Mientras que lo que se hace en otros centros educativos tiene una repercusión mucho más diferida, ya que ésta llegará al votante a través de sus hijos, los cuales están fuera del cuerpo electoral hasta que no lleguen a la edad adulta; lo que se hace en los centros de adultos es, por tanto, políticamente más visible y electoralmente más directo. Encuentro necesario hacer esta aclaración ya que, creo que de no haber sido por esta circunstancia específica, el calvario que padezco desde hace cuatro años puede que hubiese sido diferente o quizá la Administración se hubiese decidido a ponerle fin en vez de reforzarlo.

    En consecuencia son también, las escuelas de adultos, escenarios privilegiados para aquellos que las utilizan en su proyección pública, es decir; como medio para hacerse conocer e iniciar una carrera política o reafirmarse en la que ya desarrollan, mediatizando, muy a menudo en este sentido, la tarea de los responsables directos de estos centros educativos (y pienso que es el caso de aquellos dos en los que he trabajado en estos últimos cuatro años). Por decirlo de una manera clara: las actividades de carácter representativo y orientadas a la imagen pública del centro y, en especial, de sus responsables públicos, consumen mucha más energías y tiempo por parte de estos, que las propiamente pedagógicas o de organización correcta de la actividad académica.

    Espero que me disculpen si hago referencias directas a mi situación personal, pero me  es imposible desligar la problemática que aquí describo, tanto de la mía personal como de la profesional y creo, que si tienen la paciencia de llegar al final de estas líneas, entenderán lo que intento expresar.

    Padezco una situación de acoso laboral, a la que no puedo referirme más que como presunta hasta que los tribunales de justicia no emitan un veredicto al respecto. Son situaciones, normalmente, difíciles de probar, ya que a su alrededor es frecuente una especie de “ley del silencio” de los testigos directos de la acción del acosador, que se explica por el miedo a las represalias de éste, dada sus situación de poder y preponderancia en el colectivo en el cual se desarrolla y de la que no es fácil tener documentos escritos que la avalen, ya que el causante procura no dejar pistas (pruebas en definitiva) de su actuación. Porque ésta no es una acción impulsiva fruto de un fuerte temperamento, sino una meditada y meticulosa actuación que intenta eliminar a un sujeto que le estorba en su actuación, muchas veces y especialmente en el seno de la Administración, relacionada con fenómenos de corrupción de los cuales la víctima es testigo o en los que se niega a colaborar de forma directa o indirecta. Aunque no necesariamente ha de ser así, ya que el acosador responde, habitualmente, a un perfil (caracterizado como psicopático por algunos especialistas) narcisista y a otras problemáticas personales, relacionadas con carencias internas u otros tipos de frustraciones, que lo hacen necesitar ser el centro de atención del grupo en el que desenvuelve su actividad y por tanto no soporta la aparición de otros sujetos que la pudiesen desviar o de los que simplemente tiene miedo, como consecuencia de su mediocridad, a que le puedan hacer perder  su posición de poder, En definitiva necesita simplemente, muchas veces, alguien a quien acosar.

    Otro factor que coadyuva a que no prospere la persecución de estas situaciones, es de carácter cultural. En nuestro entrono estamos demasiado habituados a asociar liderazgo y autoritarismo y, fíjense ustedes que no digo “formas autoritarias”, sino “autoritarismo”. En mi opinión no sólo se valoran escenificaciones autoritarias del poder, sino que se requiere, de alguna manera, que quien manda lo haga de una forma específica y no demasiado propia de culturas democráticas. Dicho de otra manera, un mando participativo, que consensua sus decisiones y cuida las formas cuando se dirige a sus subordinados es considerado débil e incapaz de hacerse respetar, ya que, parece ser también que el respeto está asociado por mucha gente al miedo y no al convencimiento de ser un derecho inalienable de la persona.

    Esta forma de entender la autoridad no es propia únicamente de sectores de la Administración u otros de la vida pública, pero es este escenario más propio para su desarrollo, ya que, a diferencia de la actividad no pública, no esperamos de la Administración eficacia y ésta, que siempre ha hecho gala de incorporar los avances sociales mucho más tarde que la iniciativa privada, sigue basando su funcionamiento en una autoridad y jerarquía mal entendida, más basada en los presupuestos que acabo de describir, que en mecanismos positivos de integración de los trabajadores, puestos en práctica por iniciativas privadas con muy buenos resultados, no tan sólo en el ámbito laboral y que requerirían un profundo cambio de mentalidad por parte de nuestra Administración para su posible desarrollo. Por otro lado cuando se producen fenómenos de acoso en la empresa privada, existe la posibilidad de una salida consensuada del entorno en que éste tiene lugar, por ser factible el cobro de una indemnización económica y la percepción de unas prestaciones por desempleo, que no son posibles en el ámbito del funcionariado y encadenan al trabajador a una situación de la que no puede desligarse, mas que perdiendo su trabajo sin derecho a ningún tipo de contraprestación o protección social.

    Según lo que estoy expresando mi situación no tendría por qué ser diferente a la de otras víctimas de esta problemática. El hecho de haber estado originada en el contexto concreto de las escuelas de adultos, por su carácter de escaparte público del cual hablaba, podría, incluso, haber llegado a ser un factor positivo para su resolución, ya que podría haber sido utilizado políticamente por las fuerzas vivas (políticas, sindicales, asociativas…) contrarias a la filosofía política del actual gobierno autonómico. Sin embargo, en este caso, como pienso que en otros que posiblemente hasta ahora no han aparecido  a la luz pública, han coincido una serie de circunstancias que han actuado en mi contra y me han hecho acabar siendo “el enemigo del pueblo”, maridando los intereses que, de forma habitual se expresan como contrarios, de los que detentan el poder y de los que la mayoría piensa que se oponen a ellos, aunque que, como ha demostrado mi experiencia, esta oposición sea más aparente que real y persiga, muchas veces, intereses propios y poco confesables, que en el ámbito en el que vengo a referirme han coincidido por parte de “poder” y “oposición” de forma mezquina.

    Una de las circunstancias que envuelven mi caso, tiene mucho que ver con un prejuicio cultural bastante extendido, como es el de atribuir, únicamente, actitudes y comportamientos autoritarios a la que se viene en llamar derecha política o a aquellos a los que nos referimos como “conservadores”. Un directivo de izquierdas (o incluso un inspector o inspectora de educación) parece libre de toda sospecha de comportamientos de este estilo. También lo será si proviene del mundo del nacionalismo, ya que, curiosamente, en nuestro entorno cultural inmediato, el nacionalismo está considerado progresista, aunque se sustente en valores tradicionales. Si la persona que protagoniza un fenómeno de acoso o está implicada en un asunto de corrupción, tiene una proyección pública a través de su relación o posición predominante en un sindicato u otras actividades o asociaciones consideradas progresistas, la posibilidad de que eso se considere, de forma seria, se aleja aún más. Y es que los sindicatos, al menos los de implantación mayoritaria en la enseñanza, tiene una considerable proporción de directivos de toda especie (directores e inspectores) entre sus dirigentes, agrupando, de una forma muy parecida a como lo hacia el sindicato vertical franquista, a representantes de la Administración y a sus trabajadores, concluyendo para estos las denuncias, respecto a las situaciones descritas, como “disputas entre compañeros”, especialmente porque su asunción supondría el reconocimiento de una realidad incómoda, como es el hecho de que comportamientos antidemocráticos no son patrimonio de unas formaciones o doctrinas políticas concretas y, posiblemente más aún, por como perjudicaría su imagen el reconocer que entre sus filas, individuos, que no son simples afiliados de base, hacen gala de lo contrario que predican: la defensa de los derechos de los trabajadores y de la dignidad de las personas, cuando no han buscado en estas formaciones y en el ejercicio de sus cargos, la manera de aplicar una forma de opresión que no podrían hacer efectiva de otra manera. Todos conocemos ejemplos de lo que digo.

    Buena prueba de la inhibición de los sindicatos respecto a la implicación en fenómenos de acoso laboral o sobre el no desvelamiento de la corrupción dentro de la Administración, la tenemos en la proliferación de toda clase de asociaciones de víctimas de estas situaciones, que buscan en ellas la protección que las organizaciones sindicales no les ofrecen y en el conocimiento que todos tenemos, en nuestro entorno inmediato, de corruptelas, cuando no claramente de corrupciones, que vienen produciéndose durante años con el conocimiento y consentimiento de todos los que se encuentran a su alrededor (también de los sindicatos). Yo, como funcionario, podría poner más de un ejemplo, pero estoy muy seguro de que la mayoría de ustedes, trabajen o no para la Administración, también conocerán de ellos. Y es que la corrupción, tal y como decía sobre los comportamientos autoritarios, es una lacra socialmente asumida, estamos acostumbrados a ella y la consideramos consubstancial a la forma de funcionar de la Administración y los dirigentes de un sindicato con fuerte implantación, como organización que detenta un poder fáctico, es muy difícil que se resistan a “meter la cuchara” en este “puchero”. Las escuelas de adultos, que han estado al margen de una regulación concreta y estricta (y sobre todo de una supervisión en este sentido) constituyen un panorama de “río revuelto” donde proliferan toda clase de “pescadores”.

    Me permito recurrir a la antropología con el fin de explicar un último factor que entiendo ha hecho un tanto peculiar mi problema. La zona donde he desarrollado mi tarea profesional los últimos años ha sido y es la que se corresponde con aquello que se conoce como Comarcas Centrales, una zona, aún no muy bien definida, entre el sur de la provincia de Valencia y el norte de la de Alicante. Aunque delimitarla geográficamente no es demasiado fácil, considero que su entidad proviene, entre otras cosas, de unas características socioculturales que le son comunes. En relación a las cuestiones sobre las que me he expresado aquí, ha sido, podríamos decir, un área sometida por el peso de unas formas caciquiles de organización social, provenientes del mundo rural y que pasaron casi intactas a las sociedades industriales; el servilismo y la consideración hacia determinadas familias por su preeminencia en la pirámide social, presidia la vida de toda la comunidad. La crítica, que se ejercía de forma despiadada sobre los iguales, era proscrita hacia los que se consideraban superiores, de quienes todos trataban de conseguir su favor. De una manera parecida, personajes autotitulados como progresistas o que han recibido este pedigrí por su pertenencia a organizaciones así consideradas, han sabido sacar provecho de estas pautas de comportamiento tan conservadoras y es que la acción despótica de estos individuos y individuas, no sería posible si no se apoyase en las miserias de aquellos con los que comparten el puesto de trabajo y a los que me niego a llamar compañeros, por el profundo respeto que me inspira esa palabra y el concepto que representa. Se venden por lo que todos conocemos como “un plato de lentejas” y es que, en el mundo de la Administración, los privilegios que se pueden conceder para comprar a alguien no pueden sobresalir nunca de la mediocridad, pero son más que suficientes para satisfacer tan miserables espíritus, aunque el miedo a la “bestia”, tiene un gran peso en este comportamiento, pero sobre todo el convencimiento de que si ésta dirige el objeto de su furia contra otro, uno, al menos de momento, puede estar tranquilo.

    Otro de los efectos que producía la estructura sociocultural que acabo de comentar, es el hecho de que determinadas figuras relevantes de la vida  de estas comunidades llegaban a ser casi sagradas, a lo que colaboraba el papel de la iglesia en la consagración de estos personajes. De la misma manera, a día de hoy, se sacralizan determinados individuos (o individuas), la conducta de los cuales (sea pública o privada), no es susceptible de crítica. He tenido oportunidad de comprobarlo al intentar hacer público lo que comento en estas páginas, ya que, a pesar de disponer de documentos y gente dispuesta a testificar sobre situaciones que, como mínimo, se podrían calificar de irregulares o poco presentables, sin embargo, los medios de comunicación de la zona, después de presentar un notable interés inicial, por un asunto “jugosamente” informativo, paraban en seco cuando comprobaban que “vacas sagradas” del “santa sanctorum” progresista podían estar implicadas en él, como siempre; “al patrón (santo o santa) que no me lo toquen”. La inhibición de otros medios parecía estar motivad por el contrario, por el pensamiento de que una Consellería de un Gobierno afín podía quedar en evidencia.

    Nos movemos en un panorama informativo en el que dos grandes corrientes de opinión, aparentemente diferentes, pero no tanto en esencia, dominan lo que se dice y lo que se cuenta y nos hacen llegar, especialmente en cuestiones colectivas, lo que piensan que puede perjudicar a la otra parte, pero que censuran todo lo que puede dejar en evidencia un comportamiento criticable que pueda afectar ambas o que ponga al descubierto este monopolio informativo y me atrevería a decir que incluso de pensamiento. La publicación de este artículo  se me acontece un requerimiento de la libertad de expresión y una punta de lanza en la ruptura de la uniformidad informativa. Una puerta abierta a las inquietudes que mueren por el camino, ahogadas en una dicotomía maniquea que corresponde más  a una lucha de poder, que a una verdadera confrontación ideológica. Decir la verdad ante este panorama no es sólo difícil, sino que te hace aparecer, a menudo, como: “el enemigo del pueblo”.

    He hecho referencia a comportamientos que por su naturaleza hacen referencia a actitudes despóticas y situaciones de corrupción. Quien se dirige a ustedes no es ningún héroe y ha tardado mucho tiempo en dar los pasos conducentes a hacer pública esta situación y a ponerla en conocimiento de la justicia. Si bien es cierto que existe un tiempo para la prudencia, el mantenernos permanentemente en ella no hace más que instalarnos definitivamente en la cobardía, que es el caldo de cultivo de la injusticia. Por otro lado vivimos una época de futuro incierto, en la que cada vez es más patente el desprecio por la vida pública y sus protagonistas, en los albores de la era que nos espera la cobardía acaba resultando inútil y la conciencia solidaria se nos presenta como una exigencia de construcción del futuro. A todos aquellos que aún consideran que lo que digo no va con ellos, les quiero dedicar como despedida este poema de Bertol Brech, compuesto en una época también difícil, en la que muchos pensaban que el terror nazi no les afectaría.


Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero tampoco me importó.
     Más tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde.

 (Bertolt Brecht) 
Manuel Josep Gutiérrez i Lloret

CGT Alfafar 

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